El 19 de noviembre de 1922,
Ricardo Flores Magón escribió la última carta de la que se tiene registro. Dos días
después moriría en la prisión militar Mc Neil Island, de Leavenworth, en
Kansas.
Tres versiones circulan tras su
muerte, paro cardíaco, ahorcamiento o
muerte por golpes.
A la fecha, las autoridades se
han encargado de borrar, casi por completo, el nombre de uno de los ideólogos
revolucionarios del siglo XX.
Penitenciaría Federal de los
Estados Unidos. Leavenworth, Kansas.
Noviembre 19 de 1922
Nicolás T. Bernal.
Muy querido Nicolás:
Acabo de recibir tu querida carta
del 12 de este mes. Tu carta es interesantísima; y como hacía tanto tiempo que
me tenías sin noticias, la leí con avidez. La actitud fraternal de los obreros de
Yucatán y Veracruz, mostrada el 8 de este mes en nuestro favor, me ha conmovido
hondamente. 1 ¡Cuánto lamento estar tan lejos de ellos que no puedo
estrecharlos en mis brazos; pero mi corazón a palpitado para ellos, palpita
para ellos y palpitará para ellos y para todos los oprimidos del mundo mientras
haya alguien que ose llevarse a la boca un pan que no haya amasado con su
propio sudor. Si en los últimos días de julio, 2 cuando la Prensa habló del
boycot, me sentí avergonzado por no poder informar sobre su realización a lo
numerosos compañeros y agrupaciones que me felicitaban por lo que ellos creían
ser un hecho, hoy me siento orgulloso de tener hermanos como los bravos
proletarios de Veracruz y Yucatán, y así lo hago contar a todos aquellos que me
felicitan por su viril actitud. Si además de estas demostraciones de
solidaridad se declarase el boycot, nuestra salida sería segura.
Por tu carta veo que la C. De S.
FF. CC. De T., 3 Sindicatos y Uniones dependientes de la C. R. O. M., 4 Grupos
Culturales y Editores, miembros del Partido y de Juventud Comunista, y demás,
se están interesando por nuestro caso.
Esto llena de regocijo, no sólo
porque de su acción conjunta depende nuestra libertad, sino por algo más
grande, como lo es el acercamiento de hermanos hasta hoy distanciados por
diferencias que debieran ser olvidadas. Si mis sufrimientos y mis cadenas
llegan a efectuar este acercamiento de las organizaciones proletarias, este
abrazo de hermanos que, a pesar de tener
el mismo interés como productores de la riqueza social, han vivido mostrándose
los dientes, yo bendigo mis sufrimientos, yo amo estas cadenas que han tenido el privilegio de
lograr que manos honradas, que hasta aquí solo habían sabido crisparse en puños
amenazadores, se estrechen al fin, pues este gesto de amistad, este acto de
camaradería, acerca ese día de justicia, de paz y de amor con que sueña el
esclavo, y por el que en vano ha suspirado el oprimido a través de la Historia,
porque no es con suspiros como se le acerca, sino con solidaridad. Esta es la
fuerza, este es el sésamo que dará acceso al trabajador, a la libertad y a la
dignificación social a que tienen derecho.
El compañero Albino Polendo
Zaragoza, 108, Saltillo, Coahuila, me escribió una hermosa carta. Bien me
acuerdo de este querido compañero. El fue de los que empuñaron el rifle en los
movimientos revolucionarios que prepararon el terreno para el gran sacudimiento
de 1910, movimientos que, parece, han sido ya olvidados; pero que sin los
cuales el de 1910 hubiera sido imposible. Me refiero a aquellos movimientos
insurreccionales de 1906 y 1908, llevados a cabo por miembros del Partido
Liberal Mexicano, de acuerdo con la Junta Organizadora residente en St. Louis,
Missouri. ¿Quién se acuerda ya de las jornadas de Jiménez y Acayucan, Las Vacas
y Valladolid, Viesca y Palomas? Y sin
embargo, para el pensador y el estudioso estos gestos revolucionarios
conservan toda su frescura porque ellos son como los primeros pestañeos de un
gigante que despierta. 1910 no es más que la consecuencia de 1906 y 1908. A
Polendo le toca el honor de haber sido uno de los despertadores del gigante y
por eso lo quiero. Por tu conducto le envío un fuerte abrazo.
El compañero Luis G. Salas, c o Mr.
Loy Coleman, R., núm. 4 Thorton, Tex.,
me envío $2.50 en una amable carta. El querido compañero desea que le conteste
yo personalmente, y como no me es posible hacerlo, te ruego le des las gracias
por mí y que le reiteres cuán limitado es el número de cartas que se me
permiten escribir, esto es, tres por semana.
Te ruego que no mandes certificados
los libros. No se te olvide esto, querido hermano. Sírvete saludar a los
numerosos compañeros que me envían por tu medio sus fraternales recuerdos. Es
un grande alivio para el entristecido corazón saber que más allá de estas
horribles paredes, a cuya sola vista todo lo que haya de humano en uno se
siente ofendido, hay hombres y hay mujeres que sienten con el cautivo, que con
él piensan y como él sueñan en un
porvenir que en las instituciones económicas, políticas, jurídicas y
sociales que hoy aplastan al hombre porque necesitan para su existencia el
apoyo del soldado y del polizonte, del juez y del carcelero, haya cedido el
puesto a instituciones más humanas sin más ley que estas simples palabras que
son, a la vez, gobierno para pensar y guía para obrar: “Haz a otro lo que
quieras que se haga a ti mismo.”
Con fuerte abrazo se despide por
esta vez tu hermano.
Ricardo Flores Magón
P.D. Los libros no han llegado
todavía.