We’ll choke on our vomit and that will be the end
Vienes y dices "cometimos crímenes imperdonables".
Secas el sudor de tu vientre y enciendes un cigarrillo.
Tienes las manos con vendas sucias y deshilachadas.
Repites "cometimos crímenes imperdonables".
El espejo del baño te remite a una noche donde tu padre
no contuvo su odio y te arrastró por toda la cocina.
Sólo lograste ver cómo tu madre servía una taza de té.
Yo contengo la respiración y observas que inflo mis mejillas.
En la página doscientos veinticuatro del libro que está sobre la cama
alcanzas a leer "No creo que tarde en ausentarme de aquí".
***
Cargar lo indispensable. Lo que realmente no necesites,
porque decidiste dejar para después una casa que jamás habitarás,
el control remoto del televisor, las once tarjetas de tus futbolistas favoritos,
las estampillas postales, el listón azul de la mesera que te abandonó.
Llevarte las manos a los bolsillos del pantalón: tierra y un par de chicles viejos.
Resumir, hacer recuentos es rendirse por completo.
Piensas que fuera de esta ciudad todo es terreno con treinta y cinco grados de temperatura,
piensas en los hijos que quisiste tener, en el aborto de Lucía, en tu madre untando mermelada
sobre galletas de avena, en los hombres que pasean a las dos de la madrugada,
en los cuerpos que no oliste.
Una valija con puentes peatonales y estuches de costura.
Una cisterna que encenderá cada media hora,
que te recordará lo diminuto de la habitación,
lo frío del suelo de tu casa a las siete de la mañana.
***
El verano de 1997 no saliste de casa
porque Rubén, tu vecino, amenazó con decirle a tus padres
que todos los viernes jugaban en el baño
de su escuela a medirse el tamaño del pene.
Temías que tu padre creyera que no te gustaban las niñas.
Temías que tu hermana mayor esperara sentada a fuera del baño todas las mañanas.
Ese verano tus primos fueron a la playa, dos de ellos te enviaron postales
donde escribieron: Cazería de cangrejos.